domingo, 29 de enero de 2012

L'amore di un gatto

La Luna brillaba sobre el lomo de un gato acurrucado junto a una de las miles de delgadas chimeneas que coronan los tejados de Italia. Negro de vientre albo y ojos perezosos color miel, acudía a ella todas las noches desde que aprendió a escalar y la Luna dichosa lo acariciaba con su luz hasta que él se dormía en sus brazos, pero esa noche el gatito suspiraba por otro amor, con los ojos perdidos y batiendo sólo la punta de su cola, pensaba en la pajarita que venía todos los días a visitar el árbol junto a la ventana de su amo, ella de pequeños ojos café oscuro y suaves alas, llenaba de música el lugar con sus cantos e interrumpía las largas siestas del gato, quien sin que ella se diera cuenta la observaba por el rabillo del ojo todas las tardes, ella parecía muy atareada acomodando pequeñas ramitas en una de las esquinas entre los brazos del árbol, y el gato decidió llevarle tímidamente hojas secas y ramas todos los días hasta que gano su confianza, ella le sonreía con sus ojitos y se dejaba acompañar en las tardes mientras él se agazapaba bajo el árbol juguetón, se ponía de espaldas en el pasto y con una pata hacía como que la acariciaba de lejos.

Él despertaba tarde y ella madrugaba , él esperaba con ansias la Luna y ella se bañaba con los rayos del Sol cada mañana, ella tenía plumas y él un despeinado pelaje, a ella le gustaba la forma de su hocico y sus orejas puntiagudas, a él le gustaba su graciosa forma de andar en la tierra y su forma de volar tan lejos de todo y te todos. Él quería cuidar todas las noches su sueño y ella quería acurrucarlo con su canto cada mañana.

La Luna furiosamente celosa hipnotizo con su inmensidad, que no deja claro cuando está lejos y cuando cerca, al despistado gato que embobado siguió caminando por los tejados hasta llegar a Roma, se acabo la dulce hipnosis y el caluroso Sol apareció entre los monumentos, el gato desorientado se vio completamente perdido en medio de la Via Giovanni Giolitti, caminó por el empedrado a penas dos cuadras cuando un enjambre de motos pasaron repentinamente como un huracán, dejándolo asustado bajo un puesto de frutas donde un viejecito de sombrero y abrigo negro elegía unas naranjas y se agacho para mirarlo, el gato entendió que si hubiese portado el collar que muchas veces intentaron ponerle y del que se zafó hábilmente con sus patas, ahora tendría una posibilidad de volver a casa. El viejecito le extendió una mano y el gato temeroso se acerco cojeando, él lo tomo con cuidado y caminó con él hasta el hotel Augustea en la Via Nazionale, donde se hospedaba. El viejecito curo su pata con cuidado y se despertó en la noche cuando el gato trepo a su espalda, se hizo un ovillo y ronroneo hasta dormirse, pero no lo quito ni se movió, sonrío suavemente y se durmió. Débil, paso unos días con el viejecito a quien le gustaba acariciarlo con cuidado de la cabeza hasta su cola. Un día despertó en el caos de una mucama espantándolo con una escoba, engrifado por el miedo salió hecho un rayo por la ventana y a los varios metros se dio cuenta que se encontraba nuevamente solo y perdido.

Caminó por los tejados mirando con curiosidad la locura que era el mundo bajo sus patas, no entendía a los humanos siempre apurados, en una ciudad tan hermosa que finalmente era para turistas bella y para los citadinos un trámite. Pensando que él también vivía bajo las alas de su pajarita y debía ser un ser extraño, pero aún así disfrutaba de su compañía y aun que fueran muy distintos no quería perderla, pero en este caso, era él el perdido. ¿Estará pensando en mi?, ¿Me esperará o buscará otro árbol?. El gato triste y distraído no dio cuenta del caminar y ya atardecía. ¡La Luna!, ¡Si me encuentro de nuevo con ella, me perderé aún más y nunca me dejará regresar!, corriendo ágil por las calles busco un lugar donde esconderse y de pronto se hallo en un callejón lleno de cabezones gatos romanos, retrocedió con las orejas hacia atrás atento a los movimientos de ellos, que se le acercaban engrifados, medio de lado para parecer mas grandes, el mas corpulento se le lanzó encima, el gatito cerró fuerte sus ojos puesto que era un gato de casa y no sabía defenderse, esperó lo peor.

- ¡Buon pomeriggio, mio caro amico!, ¿Te acuerdas de mi?.

Abrió sus ojos de golpe y casi habiendo mojado su pelaje del miedo, lo observó, era el vistoso novio de la más bella de sus quince hermanas (de varias camadas distintas, que se encargaron de repartir sus padres) quien viéndole cara de perdido lo invitó al Rome Pub Crawl de Via del Corso, donde los humanos borrachos botaban el mejor prosciutto al piso y ellos se daban un festín entre sus piernas, que se acariciaban de ves en cuando por debajo de las mesas.

De amanecida contento por haber escapado de la Luna, se balanceaba por una orilla del río Tevere, mientras los otros gatos alegres cantaban “Tutti quanti voglion fare jazz” entre hipos sobre el Ponte Sant’ Angelo. Ebrio de amor les contó sobre su pajarita y ellos se burlaron diciéndole que no se jugaba con la comida y que debería buscarse una de su especie.

- ¿Qué tiene de malo que no sea de mi especie si yo la amo tanto y nunca le haré daño?

- Es que así son las cosas, los gatos con los gatos y los pájaros –¡HIP!- con los pájjjaros…

- ¿Y quien dijo que debía ser así?

- No lo sé, pero alguien lo dijo y debe estar escrito en algún lado. - Sentenció Cesar, antes de caer rendido bajo el puente.

Abatido, siguió el resto de su camino con indicaciones de los gatos romanos y preguntando a quien fuera si alguien sabía quien había dicho que no podía haber amor entre especies distintas, todos lo decían, pero nadie tenía una respuesta concreta, unos hablaban de un libro escrito por humanos donde algo decía, otros sobre un hombre que vivía lejos sobre las nubes que decía que así debía ser y lo contrario estaba mal. ¿Mal?, ¿Puede de alguna forma el amor ser malo?, el gatito poco sabía de amor, pero sabía que la felicidad de ella era la única que le importaba y quería pasar con ella sus nueve vidas, sentir sus alitas revoloteando su corazón era lo mejor que le había pasado desde que su vieja bola de lana, apareció luego de años bajo un ropero dispuesta a seguir rodando.

Después de varios trasbordos de polizón llego a Rieti, un pueblo a las afueras de Roma, divisó a su amo desde el tejado, en el mismo sillón de siempre junto a la ventana, pero ésta vez con la ventana abierta, para recibirlo por si volvía. Sin embargo él corrió a su árbol encontrando en el nido extraños óvalos grisáceos y ni rastros de la pajarita. Bajó afirmándose con sus garras por el tronco, camino a paso lento hacia la ventana donde su amo lo acaricio, lo recostó en su regazo y le dijo: ¿Te enamoraste que andabas tan perdido?.

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