jueves, 6 de enero de 2011

Tras su ventana

Esperaba por él todas las tardes, se asomaba en la ventana, escondida detrás de la cortina escudriñaba cuidadosamente hasta poder colar un ojo, para ver si él llegaba, y cuando aparecía con su altura imponente, botando su pelota y su sonrisa de niño, esa sonrisa que ella amaba, que marcaba dos margaritas en sus mejillas, todo el día se reducía a los segundos en los que él dejaba su mochila y corría a buscarla.

Jugaban, se escondían, reían, corrían y caían... Fueron su primer sonrojo, su primer rose, su primer latido, su primer grito ahogado, su primer palabra de hombre, su primer mirada de mujer, fueron juntos, su primera vez.

Las manos, el contraluz, la noche, las miradas, los destellos, las caricias, los brazos, el cariño, el consuelo, la brisa, las piernas, los miedos, los besos, los nervios, las caderas, el miedo.

La vida era una eterna canción con compases para niños cuando estaban juntos...

En la playa, ella lo miraba recostada sobre la arena, la brisa acariciaba su pelo castaño claro, entrecerraba sus ojos avellana para mirarlo mejor, siempre se iba tan lejos, siempre tan grande, aparentemente indestructible, pero frágil, tremendamente frágil.

De pronto, los gritos, el estruendo, se le encogió el corazón, alguien la tomaba fuertemente por la espalda, y por alguna razón inentendible ella sintió que era él quien la sostenía. El mundo entero se venía abajo, su mundo entero se reducía a una gran ola que paso y se llevo lo que ella más amaba, esa ola que borro por completo las huellas que él dejo sobre la arena.

Los gritos, los abrazos, el miedo, la rabia, el frío, la oscuridad, el silencio, la brisa, la locura, el cansancio, el llanto, el llanto, el llanto…

Lo vio a lo lejos, sonriendo como siempre, corrió hacia él, tomo su cara entre sus manos –Llévame muy lejos le dijo – y sin notarlo tenía sus ojos cerrados, todo su cuerpo sonreía en ese momento, sintió brotar alas de su espalda y simplemente se dejo caer.

No le importo el ayer, no le importo el hoy y mucho menos el mañana. Grito, grito con fuerza para que pudiesen oírla en el ensordecedor silencio a mil millones de kilómetros, aunque nadie supiese nunca quien gritaba, aunque nadie supiese nunca que gritaba de alegría, aunque nadie supiese nunca, nada.

Lleno sus ojos de paisajes y encontró la luz de un faro a lo lejos, pero ya no necesitaba tierra bajo sus pies, ya no necesitaba esa luz que le indicara el camino de vuelta a casa, después de todo, ya no tenía a quien esperar escondida tras su ventana.


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