Los ojos le pesaban enormemente, sentada en la cuneta después de horas de risas se despidió y caminó a paso firme hacia su casa, sin mirar nada a su alredor, ignorando los gritos que al alejarse se hacían tenues en la soledad de la noche, abrazada a sí misma para protegerse del frío, doblo en la esquina de una calle que parece sin salida, y lo vio, en su puerta la silueta de algo que sabía no existía, se acerco de todas formas no dando crédito a sus ojos, un Fauno de apariencia imponente, pero apacible poso sus ojos sobre los de ella, la miro fijo, y como por telepatía le hablo
- He estado frente a ti cada noche, cuido tu morada incansablemente hasta que me baña el Sol cada mañana y jamás te habías detenido un momento para mirarme.
Atónita, no supo que decir, no sabia si pensar para que él leyera sus pensamientos o hablarle, aunque él le había hablado sin mover siquiera sus labios.
El Fauno la miro fijamente, una mirada que aterrorizaba, pero por algún motivo ella no tubo miedo, quería hacerle miles de preguntas, pero callo.
- Ven conmigo y verás – Le dijo el Fauno leyendo sus pensamientos.
Ella lo siguió hacia un árbol en donde recordó hace años en su niñez había enterrado a su canario y recordó como había llorado por él.
El Fauno raspo con su pesuña la tierra sobre aquel lugar, y ella reaccionó impulsivamente, se arrodillo en la tierra y comenzó a cavar con sus manos, sabía que era imposible que hubiera siquiera un indicio de aquel cuerpecillo, pero siguió, y de pronto con un estruendo del agujero salió agitando sus alas desesperado su amado canario, sus pequeños ojos negros intentaban percibir todo a la vez y revoloteaba dando vueltas sobre ella, ella cayo hacia atrás de la impresión y el Fauno soplo en dirección al canario envolviéndolo en una ráfaga que lo hizo volar muy lejos. Era imposible, pero ella lo había visto con sus propios ojos.
El Fauno la miro un tanto distraído y saco de su morral café gastado una bolsita de piel de cabra y se la ofreció, en su interior habían una especie de hiervas secas, él le dijo que las comiera y ella obedeció, no sabía como el había adivinado el vació en su estómago, pero creyó que el factor sorpresa ya no existiría más para ella.
Se sintió distraída pero perceptiva a la vez, subió hasta la sima del árbol y observo hacia los cerros las miles de casas y se pregunto cuantas miles de familias estaban durmiendo placenteramente en aquel momento, pensó en toda la gente que conocía y en la que a pesar de vivir a metros, nunca iba a conocer, se lamento al pensar en todos los que sufrían, en todos los que hacían sufrir, en los que estaban solos aquella noche y en todos en los que a pesar de estar rodeados de gente se sentían solos, de pronto perdió el equilibrio y cayó, sintió una ola de calor ardiendo en su mano, sangraba.
El Fauno que había estado observándola todo ese tiempo, se acerco a paso lento, se recostó a su lado y lamió su mano hasta que de la herida quedaba apenas rastro.
- ¿Cuántas caídas habrías evitado si decidieras dejar de preocuparte en lo que te rodea y no tiene importancia?, ¿Cuántas heridas menos tendrías si te preocuparas por lo que tienes frente a tus ojos y no ves?
El Fauno de pronto se incorporó mirando al cielo y galopo hacia la puerta, donde ella lo había encontrado, la miro fijo, esta vez con ojos de pena, ella pestaño varias veces y se seco la nariz que tenía húmeda pero sentía seca, estaba parada a 10 metros de la puerta de su casa, miro fijamente la sombra que reposaba sobre la puerta, se fue acercando más y más, los primeros rayos de Sol hacían desvanecer su silueta, sintió pena al comprobar lo que le gritaban sus ojos, el Fauno no era más que una silueta sobre su puerta que se desvanecía cada amanecer.

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