jueves, 2 de agosto de 2012

Goteras

Corrían trazando profundas grietas que no se borrarían jamás con nada, atiborradas como en una maratón, se odiaban unas a otras, pero también se compadecían, acumuladas de tristeza, algunas corrían tan rápido que chocaban y se convertían en una sola gran grieta de punta gruesa, justo ahí, se decidía su destino, a punto de caer, de ser aplastadas por un manotazo, o ser sepultadas en una pulcra tela blanca en la cual estarían condenadas a secarse las desgraciadas.
Bajo ese mar salino que era ahora mi cara mi boca adolecía una batalla interna, en el fondo del cuadrilátero de cuerdas sonoras, las cuales se culpaban las unas a otras, entre todas al empujarse causaron alboroto y se formo un gran nudo imposibilitándolas de cumplir su misión. Las palabras callaron entonces.
Cayendo aún más en el interior, se respiraba un aire abatido, un lamento se escucho a lo lejos, una luz se apagó y bajo una manta de desconsuelo se encontraba un bulto rojo, carente de gracia en su forma y encadenado a válvulas azules y rojas, por las cuales ahora era incapaz de bombear. Los pulmones hacían bufar el cuerpo que se desvanecía en un suspiro al ver al pobre tan abatido y acongojado.
Las manos, nerviosas, solo se preocupaban de limpiar el temporal que atormentaba el techo y trataban de poner un balde bajo cada gotera.
Las muy torpes acabado el aguacero subían los baldes a la azotea, donde de vez en cuando un leve movimiento los daba vuelta y cuando no tenemos reparadas las goteras escurren de nuevo su lagrimeada carrera.

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