Bajo ese mar salino que era ahora mi cara mi boca adolecía
una batalla interna, en el fondo del cuadrilátero de cuerdas sonoras, las cuales
se culpaban las unas a otras, entre todas al empujarse causaron alboroto y se
formo un gran nudo imposibilitándolas de cumplir su misión. Las palabras callaron entonces.
Cayendo aún más en el interior, se respiraba un aire
abatido, un lamento se escucho a lo lejos, una luz se apagó y bajo una manta de
desconsuelo se encontraba un bulto rojo, carente de gracia en su forma y
encadenado a válvulas azules y rojas, por las cuales ahora era incapaz de
bombear. Los pulmones hacían bufar el cuerpo que se
desvanecía en un suspiro al ver al pobre tan abatido y acongojado.
Las manos, nerviosas, solo se preocupaban de limpiar el temporal que atormentaba el techo y trataban de poner un balde bajo cada gotera.
Las manos, nerviosas, solo se preocupaban de limpiar el temporal que atormentaba el techo y trataban de poner un balde bajo cada gotera.
Las muy torpes acabado el aguacero subían los baldes a la
azotea, donde de vez en cuando un leve movimiento los daba vuelta y cuando no tenemos reparadas las goteras escurren de nuevo su lagrimeada
carrera.
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