El padre Tiempo ignoraba en cual de sus segundos se había
resquebrajado la quejumbrosa hoja, que del castaño amenazaba con lanzarse,
dejando desnuda la vista de su ventana. Oscilaba desazonado entre las aristas
del clima y de la hora, paseándose por su imperio desierto en el que todo se
derretía, inquiría misterioso en su cabeza sin pronunciar palabra.
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¿Cómo es posible que no tenga la respuesta?, Yo,
Yo que soy amo y señor, amado y temido como gran soberano de la ansiedad y el
momento. Que me quedo, que me voy, que corro y gateo, a veces me paro, a veces
me siento, lo cierto es que nuca tropiezo. – Cacareaba atropelladamente.
Pero esta vez tropezó el Tiempo, de nada le sirvió su tan
amado circulo con manijas a quien observaba sin pestañear, porque adolece quien
es repetitivo. Un manchón rojo perturbo su vista, era un pajarillo rezagado que
se detuvo sobre una rama a descansar.
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-¿ A dónde vas pajarillo? – Pregunto el Tiempo
petulante.
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- Vuelo al norte, pues atrás sólo hay hielo en
nuestros nidos. – Contesto agitado.
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- ¿Hielo? ¡Oh!, ¡Maravillosa temporada del agua!
– Dijo jubiloso, acostumbrado a vanagloriarse de todo.
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- ¡Agua!, eso es lo que necesito, sigo mi camino
señor, antes de que me atrape en vuelo el Solsticio. – Batió fuerte sus alas y
se lanzó.
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- ¡Vete ya colorinche, seguro que vas retrasado!
– Lo miro partir y se detuvo en seco frente a un espejo que no reflejo nada.
Ahí estaba la respuesta, había llegado revoloteando, como
suelen llegar. No regalo ni uno de sus minutos a la atención que merecía la Estación,
que se aburre de si misma y es de todas la más puntual. Por estar siempre
pendiente del tic tac, no escucho el murmullo del Solsticio de invierno que se enarbolaba
con los cálidos días.
El Solsticio que estornudaba cuando era sorprendido, resoplo
fastuoso una gran ráfaga que bamboleó todo cuanto había, cuando el Tiempo lo
pasmó exigiendo explicaciones. En medio del alboroto, a sus espaldas la
pequeña hoja era mecida dulcemente como una canoa calcada en el aire, una
última vez, por el Viento que sollozaba abrumado y cantaba solemne una triste canción
que cantaron todos los árboles del bosque por entremedio de sus ramas. El
Tiempo que tanto adoraba su pequeña hoja intento despavorido una sístere, que
era propia del Solsticio y de la que poco sabía él, odió amargamente lo rápido
que había sucedido todo y por primera vez lloro demasiado tarde.
Dedicado a
8, mi favorito.-