Despertó por la tarde, una noche horrible llena de errores venía de pronto como una explosión a su cabeza, siempre lo mismo, un trago tras otro, escapadas al baño, confesiones, remordimientos, calenturas, ganas de volar, errores, errores, errores… Como siempre se decía “hay cosas que hay que vivirlas” que aburrida sería una vida perfecta… Pero como vendría de bien un poco de perfección ahora.
Sentada en la cama pensando en tomar una pastilla para el dolor de cabeza, abrir la ventana y dejar salir la pestilencia, el hedor a fracaso, a inmadurez, y obviamente a alcohol, cigarro y sudor.
Y como siempre, llega el súbito pensamiento que nunca se quiere que llegue, el de decepcionar, por que decepcionar siempre duele mas que ser decepcionado, cuando la decepcionaban pensaba “En fin… ¿Qué se puede esperar de las personas?, ¿Qué hago yo, esperando algo de alguien?” Somos humanos, todos erramos, pero uno no sabe como se toman la decepción las otras personas, por eso preferimos poner bajas las expectativas en cuanto a nosotros, por que nunca queremos decepcionar a quien queremos… ¿Qué pasa cuando ese alguien a quien tememos decepcionar ya no esta?... La decepción la llevamos a un puto remordimiento que no nos podemos sacar de encima, a un dolor latente, a una resaca eterna.
El olor a cigarro impregnado en su pelo se le hace insoportable, se levanta y se mete en la ducha mientras suena “Antes de que cuente diez”, un poco de animo al subconsciente. El agua cayendo sobre su cara intentando llevarse todo los errores de la noche anterior, eso hubiese sido lo ideal, que se los llevara, se fuesen por la cañería que los llevara a quien sabe donde, que no volviesen mas, esa hoja que rasgamos del diario de vida y partimos en pedacitos por la paranoia de que alguien se fuese a meter en el basurero y la leyera, el solo hecho de que alguien mas pudiese saber esa noche con detalles la sumía en la mas horrenda desgracia.
Siguió su día normal, quito todo rastro de la juerga pasada, seguía pensando en que había traspasado un limite del que no se podía retroceder, un simple beso podía cambiar todo y ahora se arrepentía de haber comprado ron, como si eso hubiese cambiado algo…
"Habrá que olvidar una vez mas" decidió, una llamada y sus amigos venían de vuelta, comida, baile y luego como siempre tragos y mas tragos, litros y litros de olvido. Entre las luces y la música reventando sus oídos apareció él, la tomo por el brazo se fueron a la habitación unas líneas sobre el velador y los besos que ya nunca quisieron cesar, más excesos, mordidas, lujurias, más alcohol, quería olvidar, tener una excusa para hacer lo que estaba haciendo, para perder la cabeza como la estaba perdiendo, dejarlo todo antes de que saliese el Sol, la hora más oscura esta justo antes del amanecer.
Sintió el "climax" en ese momento, tan sólo unos segundos de placer entre las drogas y el sexo, se desvivía por esos segundos, esos malditos segundos en los que tocaba el cielo. No le importaba nada mas que eso, vivir el máximo climax que podía ofrecerle la vida, no pensar en nada, no sentir el dolor en su pecho, no sentir las lágrimas resbalando por sus mejillas, no sentir su sabor salado en la lengua, no saber el donde, cuando y por que de nada.
A la mañana siguiente no despertó, la autopsia estuvo rebalsada de sangre negra, intoxicada de olvido como diría ella, el tipo que estuvo con ella esa noche se suicido al día siguiente, era su cuñado, alguien que siempre la había amado sólo a ella y quien le había ocasionado la muerte, la había metido en las drogas, se habían hecho adictos el uno al otro y claro, a los polvos de todo tipo.
En el fondo del abismo olvidó lo único que no tenía que olvidar, gritar y pedir ayuda atrapada en su soledad, olvidó no cometer el último error, el de no despertar.

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