Ese día iba con la mala intención, era su última despedida, con su mejor amigo, eternamente una "mala influencia" decían los demás, conversaron harto, porque no se veían muy seguido. Fueron a buscar a otro amigo, caminaron y pasaron por debajo de la reja a un terreno baldío, el de siempre, al que habían ido por 3 años; ahí pasado un buen rato de algunos litros, risas y escurridizas escapadas atrás de los matorrales, medios prendidos partieron a la casa de una amiga, no estaba, pero en la caminata se les despertó el "bichito".
Un llamado y a las 2 a.m. tenían la mano, lo que viniera, lo tomaron.
El tiempo en ese momento ya no tenía dirección, orden ni sentido, cerro los ojos largamente, el césped humedeció toda su espalda apoyó su cabeza junto a la de su amigo, miró hacia el cielo, se veían millones de estrellas, a ratos perdían su brillo, a ratos el cielo se hacía mil veces mas profundo y ella se hundía en el, queriendo irse, perderse en su inmensidad, desintegrarse poco a poco.
Le vino la pena... al día siguiente estaría a millones de kilómetros de ahí, un viaje que para ella no tenía vuelta, pero un viaje que necesitaba hacer, iba a extrañar todo, hasta el frío que sintió esa noche.
Entre borrones vio sus ojos, la cabeza apoyada en su hombro mientras le caían las lágrimas, pensó, -pude haber hecho más por eso -... eso que sentían, pero no lo hizo, quizás si no hubiese sido tan fugaz ese momento recostada mirando al cielo, lo hubiese considerado mejor, pero no.
Rió, su amigo igual reía y en una banca estaba el otro, tomando de una caja de vino, imperturbable. Se sentían millones de cosas a la vez, olía el pasto, escuchaba risas que venían de muy lejos, en su mente aún veía sus ojos, empañados, esos ojos que siempre quiso sólo fueran de ella... Arrancó un puñado de pasto y lo lanzo al viento... ahí donde ella quería estar.

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